Nueva York, la colonización poblana
Álvaro Ramírez Velasco
Deberá revisarse en el corto plazo, por las instituciones adecuadas, la cifra de poblanos en Estados Unidos, que se estableció desde hace poco más de un lustro, en 2.5 millones, aproximadamente.
Lo mismo deberá ocurrir con la estimación del Consulado General de México en Nueva York, de que en la zona triestatal, con Connecticut y Nueva Jersey, hay alrededor de 960 mil paisanos y paisanas, sin contar a sus descendientes, quienes son ya ciudadanos americanos.
La percepción y el instinto nos dice que son muchísimo más. Son mares de poblanos y poblanas, y de mexicanos en general, los que andan las calles de la llamada Capital del Mundo; que trabajan en sus restaurantes, vendiendo comida en las esquinas, cantando con sus mariachis, sirviendo en los restaurantes y también algunos creando fortunas con negocios exitosos.
Andar las calles de Nueva York no es muy distinto a caminar cualquier ciudad mexicana. En Times Square, el corazón de la Gran Manzana, tres cosas llaman mucho la atención: que prácticamente todos hablan español; que huele mucho a mariguana, que es legal ahí; y que todo el tiempo aparece entre la multitud alguien que lleva una maleta.
Es, en el sentido más metafórico y literal, una ciudad de romántico destino y también de romántica partida. Es una urbe en la que siempre hay adioses y también hay bienvenidas.
Por primera vez en la historia, el Grito de Independencia el pasado 15 de septiembre, se llevó a cabo en Times Square, en la icónica esquina de Avenida Broadway y la Séptima Avenida.
Fueron invitados de honor el gobernador electo de Puebla, Alejandro Armenta, varios líderes migrantes, la cantante Belinda, y amenizó, previo a las arengas que encabezó el cónsul Jorge Islas López, el Mariachi Internacional Tapatío de Álvaro Paulino, un paisano que salió hace 40 años de La Magdalena Axocopan, en Atlixco, Puebla. Hoy su hijo, Álvaro Paulino Junior, quien nació en suelo neoyorquino, es el director y fue la voz que entonó las canciones que le llegan al alma a los paisanos.
Antes, ese mismo 15 de septiembre, la Babilonia de lenguas que es Nueva York, se paralizó por varias horas y solamente se escuchó español, en el corazón de la ciudad.
El Mexican Day Parade fue encabezado por Alejandro Armenta, en calidad de Grand Marshall (Gran Mariscal). Se estima que entre participantes y asistentes hubo al menos 70 mil paisanos y paisanas de México. Esa cifra supera por mucho las concentraciones que, precisamente por los festejos patrios, se registran en muchas de las principales ciudades de nuestro país. (También este 22 de septiembre, se realizó otro desfile en Passaic, Nueva Jersey, donde abundan los poblanos).
Antes y después de la parada cívica del 15 de septiembre, los mares de hombres, mujeres y niños con los colores patrios eran interminables.
Ese día, después Armenta se dirigió al East Harlem, en Brooklyn, una zona habitacional en la que antes predominaban los afroamericanos, pero que hoy es una sucursal colorida de México.
Ahí, en lo que han llamado El Barrio, caminar no es tan distinto a ir a un tianguis en suelo poblano. Abundan los negocios de tacos, con los trompos al pastor, las micheladas, la música nacional. Ni siquiera se asoma el sincretismo de culturas, todo es México, franco y puro. Es una colonización literal de los paisanos en Nueva York.
Por la noche, con una parte de la comitiva de comunicación, este reportero fue a Yonkers, una ciudad en la que hay, también de acuerdo con la estimación de las autoridades locales, que seguramente tiene que revisarse, al menos 35 mil poblanos y poblanas.
De nuevo, el suelo nacional y sus generosidades: pozole, tostadas, bebidas mexicanas. El anfitrión en el restaurante Dos Marías, fue Alfonso Álvarez, quien muy joven salió de su natal Ilamacingo, junta auxiliar de Acatlán de Osorio, con la que se ha mantenido en contacto permanente y hoy es parte del Comité Ilamacingo de Nueva York, que lleva obras y beneficios a sus paisanos.
Donde uno voltee, Nueva York es ya realmente Puebla York. Ha pasado de ser una descripción idílica, a convertirse en una realidad tangible.
También esa ciudad inmensa es poblana, con sus enormes rascacielos, sus marabuntas a la hora pico, las luces de las marquesinas de Broadway, y ese alguien, hombre o mujer, que siempre lleva una maleta, a quien le han dicho bienvenido/wellcome, o le han dedicado un adiós.